Monday, November 13, 2006

470 años de la Institución de la Religión Cristiana, L. Cervantes-Ortiz


Noviembre, 2006

En marzo de 2006 se cumplieron 470 años de la publicación de la Institución de la Religión Cristiana, la primera y más famosa obra teológica del reformador francés Juan Calvino. Impresa en Basilea, apareció después de su estudio sobre De Clementia, de Séneca (1532). Hacía poco tiempo que Calvino se había convertido al protestantismo. Luego de un conflicto en La Sorbona y de la proscripción del grupo protestante, abandonó París (1534) y se estableció en Basilea, un centro protestante donde vivió bajo el seudónimo de Martinus Lucanius. Allí se consagró al estudio de la teología, concentrándose en la Biblia, así como a la revisión de los Padres Apostólicos y de teólogos contemporáneos como Lutero y Bucero. La mayor parte de su conocimiento sobre teología católica la adquirió de dos textos medievales: las sentencias de Pedro Lombardo y los decretos de Gracián. El resultado de semejante estudio fue precisamente la Institución de la Religión Cristiana, que en su forma inicial era un catecismo ampliado, en latín, organizado a la manera tradicional las doctrinas esenciales del protestantismo naciente. Contenía también un material suplementario contra los sacramentos que veía como falsos, y algunas ideas sobre la organización de la iglesia.
Esta obra pronto le ganó prestigio como vocero autorizado del protestantismo. Fue la obra de su vida, pues la revisó, tradujo y amplió sustancialmente en ediciones subsecuentes. La edición latina definitiva apareció en 1559, la francesa en 1560, y la primera en castellano, traducida por Cipriano de Valera, en 1597. De 85 mil palabras pasó a 450 mil. La Institución llegó a ser un manual sistemático y completo de la teología dogmática, el más influyente, de hecho, producido durante la Reforma.
Lucien Febvre escribió acerca de esta obra:

Equívoco, confuión, desamparo. Fue entonces cuando se alzó un hombre. Y apareció un libro. El hombre: Juan Calvino. El libro: la Institución Cristiana [...]. ¿Qué aportaba? Una doctrina clara, lógica, coherente, perfectamente ordenada por un maestro al cual, de vez en cuando, resulta tentador aplicar las palabras destinadas a Ario: “una lucidez autoritaria”… Desde luego, y ello no supone disminuir su valor. Lo esencial, sin embargo, es otra cosa —si es verdad que la gran obra histórica de Calvino no fue componer libros, pronunciar sermones, formular y defender dogmas. Fue “educar hombres”. Calvino ha creado, ha formado, ha moldeado un tipo humano que puede o no gustar, con el que pueden o no sentirse afinidades: tal y como es, constituye uno de los fermentos de nuestro mundo, y no sólo de nuestra Francia.[1]

1. Propósito de la Institución
La Institución es un trabajo destinado a influir en el rey de Francia para que tratase con benevolencia y comprensión a aquellos profesaban la fe protestante. Es asimismo una declaración de las doctrinas evangélicas y bíblicas a las cuales el autor se hallaba ya definitivamente adherido. A la edad de 27 años Calvino es ya un reformador maduro y un excelente exegeta de las Escrituras. En su epístola dirigido al rey de Francia, Francisco I, explica cómo su intención original ha sido la de suministrar una especie de manual elemental de instrucción para sus compatriotas cuya mayoría esta sufriendo hambre y sed de Cristo y tan poco conocimiento tienen de él. Es sorprendente el arrojo y la intrepidez con que Calvino se dirige a su soberano.
El propósito de Calvino de edificar e instruir mediante este libro a aquellos que se acercaban a la luz de la fe Reforma, no sólo fue alcanzado, sino sobrepasado. El libro, más bien pequeño, que comprendía sólo 6 capítulos sobre la ley, el Credo, la Oración del Señor, los sacramentos, los cinco falsos sacramentos y la libertad cristiana, el poder eclesiástico y la administración pública fue vendido rápidamente. La segunda edición apareció en 1539. Había crecido de tamaño hasta casi tres veces la edición original, con un total de 17 capítulos. El desarrollo del pensamiento de Calvino se refleja en el hecho de que los dos primeros capítulos están dedicados al conocimiento de Dios y el conocimiento del hombre. El conocimiento de la criatura está ligada al conocimiento de su creador, y este conocimiento es fundamentalmente para todos los demás conocimientos. De acuerdo con esto, forma una magnífica introducción para una gran obra de teología cristiana. En la edición de 1539 encontramos la famosa sentencia inicial, que fue impresa en todas la ediciones subsiguientes: “Casi la totalidad de la suma de nuestra sabiduría que debe ser considerada como verdadera y sólida sabiduría consiste en dos partes: el conocimiento de Dios y el de nosotros mismos”. En la Epístola al Lector Calvino declara que su objeto fue preparar y entrenar candidatos en sagrada teología por la lectura de la divina palabra, de tal forma que pudiesen tener una fácil introducción a la misma y proseguir luego en ella con paso inalterable.

2. Características de la obra
La versión francesa (1541) muestra sus progresos literarios, al grado de ser capaz de eludir los artificios. Su prosa trata, sobre todo, de ser vehículo de la verdad. La dignidad, la sinceridad y completa sencillez de propósito son los contrastes del hombre y sus criterios. La obra, en su versión final, está dividida por Calvino en cuatro libros separados, que a su vez están subdivididos en un total de 80 capítulos. El primer libro se titula “Del conocimiento de Dios creador”, el segundo, “Del conocimiento de Dios redentor, en Cristo, que fue manifestado primero a los padres bajo la ley y a nosotros, después, en el Evangelio”; El tercero, “El medio de obtener la gracia de Cristo: qué beneficios fluyen de ella para nosotros y qué efectos siguen”; y el cuarto, “De los medios externos o auxilios por los cuales Dios nos invita ala unión con Cristo y nos mantiene en ella”. En otras palabras, queda cubierta la totalidad del campo teológico y bíblico. Procede después con lo relativo al pecado, la caída, la servidumbre de la voluntad, la exposición de la ley moral, la comparación del Antiguo y el Nuevo Testamento y la persona y la obra de Cristo como mediador y redentor. Sigue luego con una consideración de la obra del Espíritu Santo en la regeneración, la vida del hombre cristiano, la justificación por la fe, la reconciliación, las promesas de la ley y el Evangelio, la libertad cristiana, la oración, la elección eterna y al escatología (las últimas cosas). Finalmente trata la doctrina de la Iglesia y su ministerio, su autoridad, su disciplina, los sacramentos y el poder del estado. Estamos, pues ante un monumento teológico cuya validez se ha mantenido con el paso del tiempo.
Después de la publicación de la Institución en 1536, Calvino salió de Basilea y fue a Ferrara, Italia, donde la duquesa Renata hija de Luis XII de Francia, toleraba a los protestantes, quizá él, como humanista que era, tenía muchos deseos de conocer Italia. Poco tiempo después salió rumbo a Estrasburgo, pero la guerra entre Carlos V y Francisco I le obligó a desviarse y pasar por Ginebra. El resto de la historia es muy conocido.

3. Contenido de la Institución
Calificada por Dilthey como “la exposición literaria y científicamente más perfecta del cristianismo desde sus orígenes”,[2] esta obra, como toda obra maestra de un gran escritor, tiene una historia fascinante y enriquecedora. Apareció por primera vez en marzo de 1536 en Basilea. Calvino estaba por cumplir 27 años y se había refugiado en esa ciudad para dedicarse al estudio y para defender por escrito a sus hermanos franceses perseguidos. En esta primera edición, la obra, escrita en latín, se divide en seis capítulos:

I. De la ley, una explicación de los Diez Mandamientos.
II. De la fe, explicación del Credo Apostólico.
III. De la oración, exposición de la Oración del Señor.
IV. De los sacramentos.
V. Declaración de que los cinco restantes sacramentos católicos no lo son.
VI. De la libertad cristiana, de la autoridad eclesiástica y de la administración política.

Se trata de una exposición sencilla de los principios fundamentales de la fe organizada de la manera tradicional que resume las doctrinas esenciales de la naciente fe reformada. En palabras de Leonard, se trataba que "después de la liberación de las almas (por Lutero) se fundara una civilización [...] Estaba reservado al francés y jurista Calvino el crear más que una nueva teología un hombre nuevo y un mundo nuevo".[3] Tal como lo expresaba él mismo en la Epístola que aparece como prefacio, dirigida al rey Francisco I de Francia, que además de pretender justificar a los protestantes acusados de doctrinas perversas, exponía, más que un sistema, una vida experimentada por un alma profunda y ardiente. La carta al rey está fechada el 23 de agosto de 1535. La segunda edición, publicada en Estrasburgo, conservó el contenido esencial de la primera y está marcada por el profundo acercamiento de Calvino a la carta a los Romanos, a los Padres de la Iglesia, y a los escritos de Lutero, Melanchton y Bucero. Esta nueva edición, de agosto de 1539, expone en su "Epístola al lector" los motivos de la nueva edición: básicamente “preparar e instruir a los que se querrán aplicar al estudio de la teología que fácilmente puedan leer la Sagrada Escritura y aprovecharse de su lección entendiéndola bien”.[4] Los seis capítulos de la edición de 1536 aumentaron a 17: Del conocimiento de Dios; del conocimiento del hombre y del libre albedrío; de la ley; de la fe; de la penitencia; de la justificación por la fe, y de los méritos de las obras; de la similitud y diferencia del Antiguo y Nuevo Testamentos; de la predestinación y providencia de Dios; de la oración; de los sacramentos; del bautismo; de la Cena del Señor; de la libertad cristiana; de la autoridad eclesiástica; de la administración política; de los cinco sacramentos falsos y de la vida del hombre cristiano.[5]
La tercera edición latina apareció también en Estrasburgo en marzo de 1543, cuando Calvino ya estaba de nuevo en Ginebra. En la nueva edición, Calvino le dedica a los temas eclesiásticos tres veces más extensión que en las dos anteriores. Agregó capítulos sobre los votos monásticos (IV) y las tradiciones humanas (XII), y amplió notablemente el capítulo sobre el bautismo (XVII). casi la cuarta parte de la obra es nueva.[6] La cuarta edición latina apareció en Ginebra a comienzos de 1550; en ella el autor agrega numerosas citas de los padres antiguos para apoyar su argumentación. Trata más ampliamente la doctrina de la Biblia, la cuestión de los santos e imágenes, y, en el capítulo XIII habla ampliamente sobre la conciencia. Los capítulos se dividen en secciones, para una lectura más fácil. Esta misma edición se imprimió en 1553 por Roberto Stephanus en Ginebra, siendo la mejor de las ediciones, porque por primera vez trae las citas bíblicas completas (con versículos, una innovación para la época).
La quinta y última edición en latín, base de todas las versiones en otros idiomas (excepto el francés) fue publicada por Stephanus, en Ginebra, en 1559.
Fueron días difíciles para Calvino, quien aun estando enfermo revisó completamente la obra, dándole un orden nuevo que es la admiración incluso de sus detractores. La obra quedó dividida en cuatro libros, divididos en 80 capítulos, de la siguiente forma:

I. Del conocimiento de Dios (caps. 1-18).
II. Del conocimiento de Dios Redentor en Cristo; el cual ha sido manifestado primeramente a los Padres debajo de la Ley, y a nosotros después en el Evangelio (caps. 1-17).
III. Qué manera haya para participar de la gracia de Jesucristo, qué provechos nos vengan de aquí, y de los efectos que se sigan (caps. 1-25).
IV. De los medios externos o ayudas de que Dios se sirve para llamarnos a la compañía de Jesucristo su Hijo y para entretenernos en ella (caps. 1-20).

Los libros I y II forman la tercera parte de la obra, los libros III y IV otra tercera parte cada uno. Aproximadamente la cuarta parte del contenido total es completamente nueva. Las características de esta edición definitiva son cruciales: por un lado, toma en cuenta las controversias teológicas de la época y refuerza las posiciones protestantes frente a las católicas y de los demás grupos disidentes. Calvino escribe para los nuevos pastores, dotándolos de un arma valiosísima para su tarea. Además, incorpora, por otro lado, los resultados de sus propios estudios bíblicos: el estudio de la Biblia le sirve para establecer la verdadera doctrina: la Institución se convierte en una “teología bíblica” que pone en orden todos los conocimientos de acuerdo a la sistematización del autor.[7]

4. Primeras traducciones
La primera edición en francés, aparecida en Ginebra en 1541, lleva como título completo: Institution de la religion chrestienne, “en la cual se comprende una suma de piedad, y casi todo lo que es necesario a conocer la doctrina de salud. Compuesta en latín por Jean Calvin, y traducida en francés por él mismo”.[8] La "Epístola al lector" se convierte, en esta traducción en un "Argumento del presente libro", que presenta a la obra como guía para el estudio de la Biblia. Más tarde, cada edición latina es seguida por una traducción francesa revisada, de la siguiente forma:

3ª edición latina, 1543 Francés, 1545
4ª edición latina, 1550 Francés, 1551, 1553, 1554, 1557
5ª edición latina, 1559 Francés, 1560

La intención de esta traducción fue que pudiera llegar a todos los fieles, lo cual habla de un optimismo extraordinario sobre la capacidad y el juicio de la mayoría de la iglesia. Su opción propiamente fue “hacer llegar la teología al pueblo” sin temor, puntualizando con ello uno de los postulados fundamentales de la Reforma: el acceso de todos a la Escritura y a la reflexión cristiana.
Por todas partes se extendió la Institución, mientras tanto: se tradujo al italiano en 1557-58, al inglés en 1561, al alemán y castellano en 1597, al holandés en 1614 o 1617, al griego en 1618 y aun al árabe.[9] La que más nos interesa, en castellano, la realizó nada menos que Cipriano de Valera, cinco años antes de publicar la revisión de la Biblia del Oso, de Casiodoro de Reina. Algunos suponen que fue don Francisco de Enzinas quien tradujo primero la Institución. Dicha obra, abreviada, aparece en el Index de libros prohibidos por el papa Pío IV en 1564. Pero otros estudiosos dudan mucho de la identidad de la traducción.

5. Cipriano de Valera: reformador y traductor de Calvino
Concluida la versión definitiva de la Institución en 1559, luego de que Calvino la trabajó exhaustivamente, las traducciones a otros idiomas se multiplicaron incluso antes de dicho año. Entre 1557 y 1618 apareció desde el italiano hasta el árabe. La primera versión castellana la llevó a cabo Cipriano de Valera, cinco años antes de publicar la revisión de la Biblia del Oso de Casiodoro de Reina. Algunos suponen que fue don Francisco de Enzinas quien tradujo primero la Institución. Dicha obra, abreviada, aparece ya en el Index de libros prohibidos por Pío IV en 1564, aunque quizá se trate de una obra de título similar. Al parecer, Enzinas, mientras estudiaba en la Universidad de Lovaina, se interesó por las doctrinas protestantes y entró en contacto con materiales impresos de esta orientación teológica.[10]
Cipriano de Valera publicó en 1597 su traducción “En casa de Ricardo del Campo”, en Londres. La impresión debió pagarla un comerciante español llamado Marcos Pérez, avecindado en Amberes, quien junto con otros protestantes se esforzaba por introducir en su país las ideas evangélicas. Don Marcelino Menéndez Pelayo (quien tanto se ocupó de Casiodoro de Reina y Cipriano en su Historia de los heterodoxos españoles) apoya la idea de que fue impresa en Londres. Valera vivió, de hecho, en Ginebra en octubre de 1558. Más tarde, se avecindó en Londres, donde pasó la mayor parte de su vida. Allí, participó en los círculos universitarios de Cambridge y Oxford. Antes, en 1588, había publicado un ataque al catolicismo bajo el título Dos tratados, del papa y de la misa (2ª ed., 1599), en 1594, Tratado para confirmar en la fe cristiana a los cautivos de Berberia, y en 1596, el Nuevo Testamento.[11] Samuel Vila explica:

En el tratado sobre el papa hace una recopilación de los desmanes atribuidos tradicionalmente a los papas. Contiene una curiosa colección de refranes que reflejan el concepto que merecía en la mente popular el clero de aquellos tiempos. La idea principal del tratado es presentar a Cristo como el único mediador entre Dios y los hombres. Idénticos propósito y método se encuentran en el tratado sobre la misa. Contrapone al concepto romano de la que ellos llaman eucaristía, con la evidencia de la Iglesia antigua, o sea, la sencilla Comunión como un recuerdo y un símbolo, adoptado de modo general por los creyentes cristianos emancipados de Roma. Al fin del tratado se ocupa del verdadero sacerdote y del verdadero sacrificio hecho por el Sumo Sacerdote, Jesucristo.
Otro de sus escritos es el Enjambre de falsos milagros e ilusiones del demonio con que María de la Visitación... engañó a muy muchos, en el que su mordacidad se ceba a placer sobre la superstición tan en boga en sus tiempos. Sin embargo, debe destacarse que es corriente que las obras simplemente anticlericales se distingan por su malicia, en tanto que en él, la ironía se halla envuelta por una compasión verdaderamente cristiana, compasión que Valera siente por quienes carecen de la verdad, por haberles sido mixtificada (falsificada). Por ello, concluye este tratado con la seria y fervorosa amonestación de acudir a Cristo, el único que obra verdaderos milagros, para recibir de él, el mayor de todos los milagros, la paz del alma. [...]
Sus folletos, de carácter popular, eran escritos pensando en las masas, y en el lenguaje que éstas comprenden y gustan. En último término, lo que procuraba era disipar la obcecación (la ceguera tenaz) de los "líderes religiosos", que son la minoría, y la ignorancia del pueblo, que es la mayoría, sobre puntos de capital importancia, no sólo para los individuos como seres humanos aislados, sino también para la convivencia social; obcecación e ignorancia que habían hecho posible una hecatombe, de la cual, como desterrado, él mismo estaba sufriendo las consecuencias.
[12]

Su versión de la Institución se basa en el original latino de 1559, pero muchas veces demuestra seguir la traducción francesa. Pone al frente un prólogo titulado “A todos los fieles de la nación española que desean el adelantamiento del reino de Jesucristo”.
Según explica en el prólogo, tres motivos lo impulsaron a traducir a Calvino: primero, la gratitud a Dios el Creador “por sacarme de la potestad de las tinieblas, y traspasarme al reino de su amado Hijo nuestro Señor”; segundo, “el grande y encendido deseo que tengo de adelantar, por todos los medios que puedo, la conversación, el confortamiento y la salud de mi nación”; y tercero, “la gran falta, carestía y necesidad que nuestra España tiene de libros que contengan la santa doctrina, por los cuales los hombres puedan ser instruidos en la doctrina de piedad”.[13] No podía terminar, pues el siglo XVI sin la aparición de Calvino en lengua española, un suceso de singular relevancia para el desarrollo de las ideas heterodoxas en un espacio lingüístico condenado por los poderes terrenales a no tener acceso a las nuevas corrientes de pensamiento. Valera, un reformador que debió vivir en el exilio, legó a su país un esfuerzo sumamente encomiable.

6. Las reediciones de la versión de Valera
Hacia 1858-1859, don Luis de Usoz y Río, evangélico español dedicado al rescate de obras de importancia, hizo imprimir una copia de la versión de Valera para celebrar los 300 años de su primera aparición. La edición original tenía 1032 páginas. Usoz y Río no se hacía muchas ilusiones sobre la acogida de su empresa: “Se ha hecho bajo la inteligencia de que casi ninguno de sus ejemplares se leerá en la actualidad. Pero sin embargo, estos ejemplares ayudarán a la conservación del libro, y algo renovarán la memoria de su existencia, colocados en alguna que otra biblioteca”.[14]
En 1936, en el cuarto centenario de la obra original en latín, la editorial La Aurora publicó en Buenos Aires (dentro de la colección Clásicos Evangélicos) una traducción directa al castellano hecha por Jacinto Terán, que por varios años fue la única disponible para los evangélicos hispanoamericanos. En junio de 1952 apareció la edición facsimilar de la traducción de Valera, también realizada por La Aurora y la Casa Unida de Publicaciones (de México), beneméritas editoriales protestantes, con una "Historia literaria" escrita por el profesor B. Foster Stockwell, a cuyo trabajo estas páginas le deben su mayor apoyo.
La Fundación Editorial de Literatura Reformada (www.felire.org) con sede en Rijswijk, Holanda, publicó en 1968, la primera edición moderna de la traducción de Cipriano de Valera en dos tomos, cuya segunda edición apareció en 1981. Además de ser casi una edición de lujo, la lectura de la misma es una experiencia espiritual inigualable. Es ya una tradición que los estudiantes y pastores de toda Hispanoamérica soliciten al reverendo Ricardo Cerni el envío gratuito de la Institución desde Barcelona. En 1988, la editorial Nueva Creación junto con Eerdmans (de Grand Rapids, Michigan) publicó la misma edición en un tomo (difícilmente manejable) para uso de seminarios e instituciones teológicas. De CLIE es un Sumario de la Institución (1991), aunque consigna que se trata de una traducción del holandés. La editorial Visor, en su colección Biblioteca Filológica Hispana, en 2003 la reeditó en 2 tomos, lo cual constituyó todo un acontecimiento en el mundo editorial ibérico (similar al de la publicación de la Biblia del Oso por Alfaguara en 1987).

7. Otras traducciones
En 1845, la Calvin Translation Society de Edimburgo, Escocia, publicó una nueva traducción de la Institución de la Religión Cristiana de Henry Beveridge. Luego de una amplia nota introductoria que discute los pormenores, el contenido de la obra monumental de Calvino, incluso los detalles relacionados con la fecha original de aparición (debido al debate existente sobre una posible edición de 1535), y de la comparación de algunas partes del texto definitivo con el original de 1536 (con una discusión acerca de las traducciones francesas), presenta un “catálogo razonado de las primeras ediciones de la Institución”, de 31 publicaciones, algunas de las cuales fueron revisadas por el propio Calvino o aparecieron antes de su muerte. No obstante, el recuento abarca otras ediciones en diferentes idiomas. El propósito de este catálogo fue “hacer una considerable contribución, aunque pequeña, a la elucidación de la historia y progreso de la Reforma”.[15]
Inmediatamente después de las ediciones latinas y francesas, aparecen las traducciones a otros idiomas, la primera de las cuales fue al italiano en 1557, por Giulio Cesare, publicada en Ginebra. La siguiente es la de Cipriano de Valera, sobre cuya afinidad con Calvino escribió Manuel Gutiérrez Marín lo siguiente: “No por conveniencia, sino por pura convicción se atuvo siempre a la teología de Calvino”. Y, para objetar las opiniones de Menéndez Pelayo, en relación con la calidad de la traducción, señala: “La versión de Valera es tan elegante y pura y neta como el texto francés de Calvino”.[16] Con todo, la información que brinda el gran polígrafo católico acerca de los entretelones de esta traducción es relevante, pues menciona los nombres de los calvinistas españoles que patrocinaron su publicación desde Amberes.[17] Sobre la importancia de Valera, la conclusión de Gutiérrez Marín es muy elocuente:

Si en el campo literario labor humilde hay, es la de traductor y revisor. Cipriano de Valera cuenta, con todo su talento, entre los pacientes traductores y revisores. Pero sin él, ¿qué hubiera sido de aquella inestimable versión de la Biblia de Casiodoro de Reina? Sin él no tendríamos a mano la Instrucción en la Religión Cristiana (sic) de Calvino. Sin él una Historia de la Reforma en España resultaría del todo incompleta”.[18]

Las otras ediciones que consigna Beveridge corresponden al idioma inglés: una, de 1561, impresa en Londres por Reinolde Wolfe y Richard Harrison, y la otra, publicada en la misma ciudad en 1599, traducida por Thomas Norton. En el catálogo agrega varias ediciones francesas y otras alemanas, holandesas e inglesas. Y afirma: “Después de la muerte del autor, se sabe que las ediciones se multiplicaron rápidamente en casi cada país europeo y sería muy difícil enumerarlas cronológicamente hasta el día de hoy”.[19]

8. Una visión reciente de su contenido
Este breve panorama muestra cómo la Institución recibió una difusión envidiable en su carácter de síntesis de la doctrina cristiana de la Reforma, sin dejar de reconocer que se vino a sumar a las obras de otros dirigentes del movimiento en Europa. Sin embargo, pocas obras puede decirse que han ejercido semejante influencia, pues en medio del fragor de la lucha, algunas de ellas ni siquiera lograron sobrevivir. Además, el ímpetu transformador que traslucen sus páginas sirvió como un intenso estímulo para que los pastores o pensadores afines a la causa calviniana (reformados o no) desarrollaran sus propias ideas a partir de ella. La forma en que muchos cristianos heterodoxos bebieron de la Institución iluminó el camino que, en sus respectivos países, tomaron los movimientos reformadores.
Luego de su aparición, la Institución de Juan Calvino ha sido leída, interpretada y comentada desde múltiples puntos de vista, de modo que existe toda una historia en este sentido. Denis Crouzet, profesor de La Sorbona, uno de los biógrafos más recientes de Calvino,[20] ha hecho un magnífico resumen del contenido y resonancias de esta obra. Según él, con la Institución, Calvino trató de testimoniar, en medio de la urgencia y la impaciencia, “una verdad fijada en sí mismo”. Se trataría de un Calvino que relata su historia, pero que no desea convertir su aventura en centro y que elige humildemente la vía de la enseñanza de “algunos rudimentos, mediante los cuales, quienes serán tocados por alguna clase de afecto bueno hacia Dios, serán instruidos en la verdadera piedad”.
Las 516 páginas, en pequeño formato, que salieron de las prensas de Baltasar Lasius y Thomas Platter tradujeron, en opinión de William J. Bouwsma, “la persistencia del ideal humanista” expresado en la palabra Institutio,[21] siendo también, según Crouzet, un desafío al Enchiridion, la obra más célebre de Erasmo de Rotterdam. Calvino es el “abogado de una causa justa que no es sólo la suya: es la causa común de todos quienes, ‘gentes sencillas’, conocen la doctrina de Dios; es la causa de Cristo”.[22] Además, se trata de un “diario indirecto” de alvino, en el sentido de que allí plasmó “la vida de un cristiano regenerado en Cristo”. Es algo así como un inventario teológico y existencial de una vida que progresivamente encontró en la reforma y transformación de la fe y de la Iglesia su razón de ser más profunda. La Institución, así, debe ser leída como la bitácora de un corazón sincero que, paso a paso, entendió que lo único verdaderamente importante era rendir la gloria a Dios en todas las áreas de la vida.
Es allí adonde Calvino comienza a preocuparse, también, por las complicadas relaciones entre la Iglesia y el Estado, que en su época tenía el rostro de los monarcas absolutistas. A su poder, el reformador francés comenzó a oponer la lógica de una fe invasiva, tal como se aprecia en la respetuosa pero enérgica epístola al rey Francisco I, en donde lo invita a colaborar en la obra reformadora. No hay que olvidar que la primera respuesta “oficial” a la versión francesa del libro fue la condena unánime del Parlamento de París en 1542. La Institución, finalmente, “es la obra de un profeta en el sentido de que es la enseñanza de la verdad de la voluntad divina”.[23] Después de todo, en palabras de Crouzet, Calvino se había unido a “una guerra por Dios”, luego de reencontrar el amor divino.

[1] L. Febvre, “Una puntualización. Esbozo de un retrato de Juan Calvino”, en Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno. [1957] Trad. de C. Piera. Barcelona, Orbis, 1985 (Biblioteca de historia, 14), pp. 142, 148-149.
[2] Wilhelm Dilthey, Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII. México, FCE, 1978, p. 239.
[3] E. Leonard, Historia general del protestantismo. Tomo 1. Barcelona, Península, 1967, p. 263.
[4] B. Foster Stockwell, “Historia literaria de la Institución”, en J. Calvino, Institución de la Religión Cristiana. Trad. de C. de Valera. Reproducción facsimilar de la edición de 1598. Buenos Aires-México, La Aurora-Casa Unida de Publicaciones, 1952, p. X
[5] Stockwell, op. cit., pp. X-XI.
[6] Ibid., pp. XVI-XVII.
[7] Ibid., pp. XVIII-XIX.
[8] Ibid., p. XX.
[9] Idem.
[10] B. Foster Stockwell, “Historia literaria de la Institución”, en J. Calvino, Institución de la Religión Cristiana. Trad. de C. de Valera. Reproducción facsimilar de la edición de 1598. Buenos Aires-México, La Aurora-Casa Unida de Publicaciones, 1952, p. xxi.
[11] Idem.
[12] Samuel Vila, Historia de la inquisición y la reforma en España. Terrassa, CLIE, 1977, cit. en www.geocities.com/HotSprings/Resort/4367/cipriano.html.
[13] B. Foster Stockwell, op. cit., p. vi.
[14] Ibid., p. xxii.
[15] H. Beveridge, “Appendix to introductory notice”, en J. Calvin, Institutes of the Christian Religion. A new translation. Edimburgo, The Calvin Translation Society, 1845, p. lvii.
[16] M. Gutiérrez Marín, introd. y sel., Historia de la Reforma en España. Barcelona, Producciones Editoriales del Nordeste, 1973, pp. 44-45.
[17] M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. Erasmistas y protestantes. Sectas místicas. Judaizantes y moriscos. Artes mágicas. México, Porrúa, 1982 (“Sepan cuantos...”, 370), p. 292.
[18] M. Gutiérrez Marín, op. cit., p. 47.
[19] H. Beveridge, op. cit., p. lxviii.
[20] D. Crouzet, Calvino. Trad. de I. Hierro. Barcelona, Ariel, 2001. El título original en francés es Calvino: vidas paralelas.
[21] Cit. por D. Crouzet, op. cit., p. 105.
[22] Ibid., p. 105.
[23] Ibid., p. 110.

No comments: