Monday, November 13, 2006

Biografía de Calvino, de Bernard Cottret, L. Cervantes-Ortiz

Cuadernos de Teología, Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires, año , vol. , 2006, pp.

La misma palabra “calvinista” fue acuñada por algunos seguidores de Lutero al final de nuestro periodo para oponerse a los “errores” de Calvino en relación con la fe verdadera [...] Calvino mismo nunca deseó ser calvinista. Pero ¿deberíamos asumir el reto y ver cómo el calvinismo puede enfrentar el futuro?
Me gustaría terminar con una anécdota: cuando apareció mi libro en Francia, muy pocos protestantes podían llamarse “calvinistas”. Serlo era algo casi excéntrico. Pero algunos amigos, entre ellos varios pastores, cuando lo leyeron, ¡descubrieron que ya lo eran! También yo. Y si puedo agregar una nota personal: yo también soy calvinista, después de todo.
[1]
B. COTTRET

Pocas son las biografías de Calvino que se pueden leer en español. Si la aparición de Calvino, una vida por la Reforma, del catalán Joan Gomis fue una auténtica sorpresa por tratarse de la primera biografía del reformador francés escrita por un autor español,[2] la de Denis Crouzet (Calvino, vidas paralelas, título original en francés[3]), constituye el esfuerzo de un historiador que, sin ser creyente, llevó a cabo una soberbia indagación, con formidables tintes psicológicos, en la vida de Calvino. Ahora, con Calvino: la fuerza y la fragilidad, de Bernard Cottret,[4] publicada en francés en 1995, se comienza a subsanar esta gran laguna que implica para los lectores. Y es que si se revisa la bibliografía calviniana que publica anualmente en Internet el Meeter Center, dedicado a la investigación sobre Calvino y su tradición, la cantidad de materiales que aparecen en otros idiomas es verdaderamente impresionante.[5] Por ello resulta relevante acercarse a la obra de Cottret, profesor de la Universidad de Versalles, militante laico en la Iglesia Reformada de Mulhouse, donde predica ocasionalmente[6] y autor de otras obras tan interesantes como Los hugonotes en Inglaterra (1991), El Edicto de Nantes (1997) y una Historia de la Reforma Protestante (2001).[7] Todos estos autores continúan la ya añeja tradición iniciada por el sucesor de Calvino, Teodoro de Beza, su primer biógrafo.[8]
Lo primero que llama la atención en esta biografía es el aliento que preside la investigación, donde la biografía y el devenir son enlazados mediante una sólida interpretación de los sucesos, en la línea de Lucien Febvre, otro francés que estudió la vida de Calvino con seriedad y escribió un volumen, ya clásico, sobre Lutero. En la introducción, Cottret explica su abordaje al fenómeno Calvino mediante tres apartados que marcan la pauta del análisis: a) un retrato inacabado: el biógrafo se acerca a un personaje tan difícil “por admiración y exasperación”, porque siendo un individuo “discreto, secreto, casi volcánico por timidez”, es, también, “lo radicalmente opuesto a una estrella, un hombre en toda la acepción del término”;[9] b) la fuerza y la fragilidad: “una voluntad de hierro en un cuerpo endeble, distinguido casi”,[10] palabras dirigidas a entender la relación entre la imagen física de Calvino, tan débil y modesta, con su fortaleza de espíritu. Su herencia, por lo tanto, tenía que ser algo sólido, como lo expresan las magníficas palabras con que Lucien Febvre concluye un texto sobre él:

Probablemente, Calvino consiguió que lo enterraran en un anonimato tal, que nadie ha podido nunca reconocer el lugar de su sepultura. Siguiendo en eso la ley de Ginebra. Nada de tumbas individuales. Nada de epitafios, tampoco nada de cruces. Ni ministros rezando sobre la fosa, ni liturgia en el templo, ni tañido de campanas, ni oración fúnebre. Nada. Fiel a la ley común, Calvino no se construyó una tumba de piedras muertas. Se la construyó de piedras vivas.[11]

Y c) ni dictador, ni fundamentalista: una lección tan amplia para las generaciones posteriores, tan proclives a entender a los grandes seres humanos mediante la caricatura y el estereotipo, pues a la imagen autoritaria de Calvino, tan extendida por todas partes, Cottret opone desde el principio, a la leyenda negra, una visión equilibrada, puesto que su proyecto consiste en presentar “un Calvino ‘en movimiento’”, porque su apuesta es por un hombre “inacabado”,[12] cuya vida ha producido, al menos en el siglo XX, interpretaciones que lo ven como un individuo totalitario.
La división tripartita del libro hace plena justicia al biografiado, pues las dos primeras se ocupan de los sucesos vitales y la tercera es una sección interpretativa. Los encabezados son elocuentes: Juventud de un reformador (desde su nacimiento hasta 1536); Organizar y resistir (1536 hasta su muerte); y Creer, con apartados específicos sobre el Calvino polemista, el predicador, la Institución de la religión cristiana y, finalmente, Calvino como escritor francés. Quince capítulos que aportan un panorama sólido, documentadísimo y sumamente ameno. Cuatrocientas páginas de rigor académico dominado por una empatía contenida que no deja cabos sueltos ni subtemas pendientes.

1. Juventud de un reformador: los primeros años
Las palabras con que abre el primero de los cinco capítulos de esta sección bien pueden definir el espíritu del trazo biográfico: “La vida de Calvino no deja de ser un destino secular. El Reformador nunca suscitó en torno a él ningún culto a la personalidad”.[13] Nada más lejos de una comprensión religiosa de la vida del reformador: su existencia marca ya, de antemano, el talante de la renovación religiosa y eclesiástica que habrá de ser su legado. En su existencia, la relación entre fe y secularidad aparecen con un dinamismo continuo que no deja espacio para la reducción hacia uno u otro lado. A los inicios aparentemente tan apacibles, en el seno de una familia burguesa, bien acomodada, le siguen episodios tristes derivados del desencuentro de su padre con el obispo de su ciudad natal. Su paso por colegios parisinos dejará una impronta que inevitablemente lo llevará por los caminos del humanismo, esto es, por las afición hacia el clasicismo. Destinado en un principio al sacerdocio, aun cuando al parecer nunca recibió las órdenes formales, el estudio del derecho sería un ingrediente fundamental en su vida: “Calvino se inició en la filología humanista al contacto con la ciencia jurídica de los textos”.[14] De modo que su pasión por las letras derivaría pronto hacia los textos bíblicos también.
Cottret subraya muy bien la ambigüedad del humanismo en los días de Calvino, pues ello es la base para comprender la orientación intelectual, religiosa y espiritual de Calvino en algo tan central como su conversión al Evangelio reformado. Así lo explica: “Por su cultura, por sus orígenes, por su pensamiento, Calvino fue un humanista. Fue un hombre de una generación, cuyo corazón late al unísono del prodigioso desarrollo de la filología grecolatina. Pero este legado humanista es ambiguo: ¿acaso la valorización de la Antigüedad no lleva a una cristianización de los antiguos y a un paganismo de los cristianos”.[15] Marie-Madelaine de la Garanderie lo resume bien: “La empresa teológica consiste, pues, en lanzar sobre las coordenadas de la Revelación una red de grandes símbolos sacados del fondo pagano y sus implicaciones literarias o inconscientes”.[16] La Reforma Protestante misma es, entonces, un “poderoso revelador cultural”, porque: “El rumor, la aprensión, la desaparición del consenso son algunos de los efectos del hecho protestante que disuelve el tejido social tradicional. [...] No es tanto la idea de Dios la que se modifica, sino la imagen del mundo. El cielo y la tierra se convierten en un gran ‘teatro desierto y neutro’ del que el maravilloso cristiano se excluye como idólatra o como encantado”.[17] Esto significa que las relaciones portentosas que lleva a cabo Jesucristo para religar a la humanidad con Dios deben tener consecuencias intramundanas para sintonizar, en el aquí y el ahora, con la voluntad divina y así poder dar toda la gloria al Creador. Si no se renuncia a éste, menos a encontrarlo en el mundo real.
Cottret se sirve de una ágil exposición de las miserias y esplendores del humanismo francés para ambientar el momento en que Calvino “se decide” a ser reformador de tiempo completo y sitúa su conversión entre 1532 y 1533, apenas unos meses después de publicar su comentario a De Clementia, del filósofo latino Séneca. La cita textual de Calvino es obligada:

Y luego, en primer lugar, como quiera que yo fuese obstinadamente proclive a las supersticiones del papado, que era muy difícil que pudiera salir de un lodazal tan profundo por una conversión súbita, doblegó y retornó a la docilidad mi corazón, el cual, por razón de la edad, estaba demasiado endurecido en tales cosas. Habiendo recibido, pues, cierto gusto y conocimiento de la auténtica piedad, de inmediato me inflamé de un deseo tan grande de rendir, que aunque no dejé los otros estudios, me dediqué a ellos más relajadamente. No obstante, me quedé atónito ante lo que pasaba, que todos los que tenían algún deseo por la doctrina pura se arrimaban a mí para aprender, cuando yo mismo no hacía sino empezar.[18]

Calvino escribió estas palabras inspirándose en el ejemplo del rey David. Se trata, pues, de una conversión dinámica, no instantánea ni espectacular, pues la elección divina de Calvino es, a diferencia de otras marcadas por el signo de la vocación automática, un verdadero proceso que abarca todas las zonas de su personalidad. Al no confinar el encuentro soteriológico a una experiencia arrebatadora, el reformador francés afirma, implícitamente que su conversión fue, simultáneamente, un encuentro con Dios, la decisión de entregarse a la teología y la afirmación de su vocación reformadora. ¡Todo al mismo tiempo! Porque cuántas veces no hemos presenciado la disociación de estos aspectos debido a la alteración de nuestros planes vitales e interpretamos el llamado divino a una tarea específica con el abandono de aspectos que no dejan de dolernos y causarnos nostalgia durante toda la vida.
En el otoño de 1533, Calvino pasa de ser espectador a colocarse en el ojo mismo del huracán reformador. Luego del explosivo discurso de apertura de cursos en La Sorbona (noviembre de 1533), en cuya elaboración su participó indudablemente, ya no pudo seguir en Francia y al año siguiente tomó el camino del exilio. Al mismo tiempo, escribe Psychopannychia, violento alegato contra los excesos que él veía en las creencias de algunos anabaptistas en relación con el destino de las almas. El Calvino escritor no se va a detener jamás: en 1535 concluye la Institución de la Religión Cristiana, magna obra que lo mantendrá ocupado hasta cinco años antes de su muerte.
En el quinto capítulo de su libro, Cottret traza magistralmente el desarrollo del bibliocentrismo típicamente protestante, aderezándolo con puntuales observaciones acerca de su carácter, todo ello para mostrar a Calvino en el momento de escribir, probablemente desde Basilea, el prólogo a la traducción del Nuevo Testamento llevada a cabo por su primo Robert Olivétan.

2. Organizar y resistir: en camino hacia una obra perdurable
Esta sección no puede comenzar mejor: se trata del periplo por Basilea, Ginebra y Estrasburgo, entre 1536 y 1538, dominado por el aura del “autor de la Institución”, que es como se conocerá a Calvino de ahora en adelante, lo cual le abrirá unas puertas y le cerrará otras para siempre. Interpretada providencialmente, esta peregrinación convertirá a Calvino de refugiado, en habitante ilustre de las tres ciudades. El vigoroso prólogo del volumen, un apretado compendio de la fe reformista, dirigido al rey Francisco I, “intentaba colocar la actividad reformadora bajo la alta e ilustrada protección” del rey, sobre quien recae el ejercicio de la justicia”.[19] Las palabras de Calvino son intensas: “Este prefacio tiene casi la grandeza de una defensa completa, si bien con ella no he pretendido establecer una defensa, sino solamente suavizar tu corazón, para dar audiencia a nuestra causa”.[20]
La Institución, en opinión de Cottret, “puso una teología profundamente original en marcha” y “se perfiló en los años siguientes, distanciándose cada vez más claramente del luteranismo”. Además, afectó simultáneamente a la cultura y la filosofía, pues Calvino “compartía la pasión francesa por la claridad, reforzada [...] por su formación como jurista”.[21] El sentido pedagógico de la obra es evidente en la lengua de la época, pues Calvino contribuyó a dotar de su sentido actual a la palabra institución, en el sentido formativo y también político:

La sociedad, la Iglesia, el Estado, no son para él hechos de naturaleza sino de cultura. Estas instituciones tienen como objetivo principal la contención de una naturaleza humana en decadencia; constituyen unos organismos colectivos, cuya existencia nos remite irremisiblemente a un acto fundador. La institución cristiana por excelencia es la Ciudad. Emana de la voluntad de los gobernados y está sometida al arbitraje de la ley. En otros términos, la ciudad cristiana no existe de manera espontánea: se presenta como fruto de una cultura, de una pedagogía, de una historia, incluso de un proyecto político. La palabra institución “define el fundamento, la base, los principios de toda organización”. Apunta igualmente a la “doctrina destinada a proporcionar una base firme a una organización”. La obra de Calvino describe prioritariamente “la organización de la sociedad de fieles de Jesucristo” o Iglesia. Pero el término se aplica a “la organización de la ciudad de los hombres”.[22]

¿Un retrato de lo que sería posteriormente Ginebra bajo su control? Tal vez, pero lo cierto es que allí Calvino llevó a la práctica lo planteado por Cottret: Ginebra fue una ciudad-iglesia tanto como una verdadera ciudad, una polis en riesgo permanente de ser dominada por las pasiones de sus habitantes, como cualquier otra. La primera estancia de dos años (1536-1538) es el escarceo natural, esperable, de alguien que aún no domina la situación. Los tres años posteriores en Estrasburgo otorgaron a Calvino un remanso donde incluso consigue casarse y, a la vez, consolidar su labor como escritor y teólogo. Es desde allí donde escribe su célebre epístola al Cardenal Sadoleto, que le abrirá las puertas de Ginebra nuevamente. Allí, predicando y enseñando a los refugiados franceses, escribe el comentario a la carta a los Romanos y entabla relaciones ecuménicas con otros dirigentes reformistas. Cottret narra magistralmente “las alegrías del matrimonio” que por fin conoce Calvino, luego de sus múltiples dudas y vacilaciones al respecto. Idelette de Bure, viuda de un anabaptista converso, además de seria y piadosa, era ¡incluso guapa!, como se encargó de observar el incrédulo Farel, el “culpable” de que se estableciera en Ginebra.
La carta a Sadoleto es otro golpe maestro ante el peligro de que Ginebra volviera al catolicismo. Con ella, Calvino asegura no sólo su retorno a la ciudad sino el reforzamiento de su autoridad en un espacio geográfico más amplio, lo cual se apreciará más cuando aquélla se convierta en el refugio de los perseguidos de toda Europa. “Ginebra, ¿ciudad de Dios?” es la pregunta obligada que Cottret plantea en el octavo capítulo, pues paso a paso la huella del jurista y reformador francés se marcará indeleblemente. Los documentos doctrinales que redacta según las necesidades del momento alcanzarán una función política, motivo por el cual Cottret escribe acerca de lo que denomina la “aculturación calvinista”, es decir, la forma en que la pedagogía se convirtió en la clave de la empresa calvinista: “La catequesis, la predicación o las amonestaciones del consistorio no tenían otra intención que la de transformar en profundidad las mentalidades, sembrando en los corazones la semilla del Evangelio. La distinción entre la cultura popular y la cultura erudita tendía al mismo tiempo a disminuir toda superstición, toda práctica mágica, incluso todo resto de catolicismo eran perseguidos implacablemente como idólatras”.[23]
“Los años sombríos”, como califica Cottret el periodo que va de 1547 a 1555, constituyen una etapa sumamente contradictoria en la vida y obra de Calvino. Allí encontramos el surgimiento de la oposición al férreo gobierno teológico del reformador, incubado desde la oscuridad del cuchicheo y la intriga de los muchos que se sintieron agraviados por el rigor vital que se impuso en la ciudad. Por ello el siguiente capítulo (“Acoso a los herejes”) expone con amplitud y honestidad las características de la reacción de tres personajes fundamentales: Jerome Bolsec, el acérrimo crítico de la doctrina de la predestinación; Miguel Servet, el médico español que no logró salir con vida de Ginebra; y Sebastián Castellion, un profesor con ideas renovadoras apoyado en un principio por Calvino. Cottret no escamotea a estos tres espíritus el reconocimiento de su grandeza y discute sus argumentos con brillante imparcialidad. Entre Calvino y Servet, afirma por ejemplo, existió “una curiosa mezcla de fascinación y repulsión” y la lucha a muerte que entablaron, obviamente en el terreno de las ideas, terminó con el español en la hoguera. Uno de los aspectos más oscuros y polémicos del asunto es la alianza entre iglesias rivales, la católica y la reformada, contra un enemigo común, en este caso, Servet. Se trataba, según Cottret, de una alianza contra natura, sumamente difícil de interpretar. Y es que Calvino gustaba de citar la frase de San Agustín: “Es la causa y no el sufrimiento lo que hace al mártir”. Castellion, a su vez, tuvo con Calvino más bien una querella intelectual debido a sus reticencias para aceptar algunas posturas interpretativas de la Biblia, y exigió mayor libertad de pensamiento. No obstante, a los 29 años tuvo que abandonar Ginebra para siempre y siguió discutiendo a distancia con Calvino mediante la escritura de obras cada vez más radicales. Teodoro de Beza se encargaría de responderle en 1554.
Acerca del castigo a los herejes, las palabras de Beza son dignas de citarse:

Hay pocas ciudades suizas o alemanas donde no se haya dado muerte a anabaptistas de acuerdo a derecho: aquí nos hemos conformado con el destierro. Bolsec blasfemó contra la providencia de Dios; Sébastien Castellion blasonó los libros de las Sagradas Escrituras; Valentin blasfemó contra la esencia divina. Ninguno de ellos está muerto, dos fueron desterrados, el tercero fue absuelto con una multa honorable para Dios y para la señoría. ¿Dónde está la crueldad? Sólo Servet fue condenado al fuego. ¿Y quién fue jamás más merecedor que ese desdichado, que durante treinta años de tantas y tantas maneras blasfemó contra la eternidad del Hijo de Dios, atribuyó el nombre de Cancerbero a la Trinidad de las tres personas en una sola esencia divina, destruyó el bautismo de los niños, acumuló la mayor parte de todos los hedores que jamás Satanás vomitara contra la verdad de Dios, sedujo a infinidad de personas y, para colmo, sin haber querido nunca arrepentirse y así dar lugar a una verdad por la cual tantas veces había estado convencido o dar esperanzas de conversión?[24]

¿Calvino intolerante?, ¡faltaba más!, ¡sí!, pues no podía dejar de serlo en su época, y además, dado que en él “ni la mansedumbre, ni la calma, ni la lasitud, ni la indiferencia” podían merecer el nombre de tolerancia. Y es que “la empresa de Calvino, su construcción dogmática, la exhortación a la resistencia impedían cualquier solución”.[25]
El último capítulo de esta sección trata la última etapa de la vida de Calvino, es decir, el surgimiento casi formal del calvinismo, término que él rechazó tajantemente: “No encuentran ningún ultraje mayor para con nosotros [...] que la palabra calvinismo, pero no es difícil conjetura de dónde procede el odio tan mortal que tienen contra mí”.[26] Desde 1549 y en adelante, Calvino advirtió los desarrollos de la Reforma en Inglaterra y advirtió cómo en su país, y a contracorriente de la persecución, surgió un “protestantismo de masas”, según la expresión de Émile Leonard. En medio de todo esto, se afirmó el rotundo carácter internacional de la obra de Calvino. A su muerte, el 27 de mayo de 1564, el destino de la disidencia religiosa estaba asegurado.

3. Creer: una interpretación de Calvino
La tercera sección se ocupan de resumir, en casi 80 páginas, cuatro de los aspectos más llamativos del reformador francés: primero su faceta como polemista, enfrascado como estuvo tanto tiempo en debates sin término. Cottret afirma que “la acción de Calvino adquiere todo su sentido únicamente cuando se relaciona con un proceso de ‘construcción confesional’”, que afecta tanto a los reformados como a sus adversarios católicos”.[27] Calvino se esforzó, en esa línea, en apartarse y distinguir muy bien la fe reformada del catolicismo y de los demás movimientos libres de la época, como el de los anabaptistas y los nicodemitas. Su lucha contra la superstición fue a muerte. El camino del calvinismo al puritanismo, explica el autor, deriva del carácter inclaudicable de sus convicciones.
Otra de las facetas más reconocidas de Calvino es la de predicador, tarea a la cual dedicó su más fuerte empeño. Sobre su método, él mismo habló de la pasión y el compromiso teológicos que le producía: “Yo hablo, pero tengo que escucharme, dado que es el espíritu de Dios el que enseña; pues de lo contrario la palabra que sale de mis labios no me beneficiaría más que a todos los demás, ya que me vino dada desde arriba y no salió de mi cabeza. Por tanto, la voz del hombre no es más que un sonido que se desvanece en el aire y, en cualquier caso, es el poder de Dios en la salvación de todos los creyentes”.[28] Cuán cerca de estas apreciaciones está Karl Barth en La proclamación del Evangelio, cuando escribe acerca del compromiso y la seriedad que significa pronunciar, hic et nunc, la auténtica palabra divina. En ello, Barth no se aparta ni un ápice del calvinismo originario y, más bien, lo profundiza y actualiza para las agudas circunstancias presentes. Lo mismo podría afirmarse, quién o diría, de Rudolf Bultmann, cuando define la predicación basada genuinamente en la Palabra de Dios: “Es aquello que el ser humano no puede decirse a sí mismo”. Los ejemplos temáticos que utiliza Cottret son demoledores.
El capítulo consagrado a la Institución amplía lo esbozado líneas atrás, pues entrar a dicho volumen, dice Cottret, es como ingresar a una catedral, “una especie de gigantesco edificio en el que la sucesión de palabras, párrafos y capítulos testimonian sobre la gloria de dios y la empresa de los hombres”.[29] Sus grandes temas, como el conocimiento de sí mismo, la ley, fe, creencia, fidelidad, así como la predestinación, son como sus grandes pilares. La interrogante con que cierra Cotret es puntual en todos los sentidos: “¿Proporciona la Institución un estado acabado del protestantismo reformado tanto por su desarrollo metódico, la claridad de sus asertaciones (sic), como por la generosidad de algunas de sus intuiciones, como por ejemplo, sobre el diálogo con el mundo judío? Sería absurdo pretenderlo […]”. Con todo, siguiendo a Richard Stauffer, el autor no duda en señalar que “Calvino, hombre del saber, es también ‘teólogo del misterio’. Su única seguridad es la salvación”.[30] Nada menos…
El Calvino escritor, y escritor francés, quizá el aspecto que menos divulgación ha recibido fuera de su país, otorga al libro una conclusión dignísima, puesto que Calvino resiste la comparación que Cottret hace con Montaigne, el inventor del género ensayístico. El humanismo de Calvino consiste, como es de esperarse, en una “preocupación por la literatura y la restitución de los textos”.[31] Después de todo, los teólogos reformados fueron vistos, casi peyorativamente, como un conjunto de “retóricos y gramáticos”. Calvino es un aficionado obsesivo por el Libro en general, y por el Libro de Libros en particular, con una pasión literaria y teológica que avasalló todos sus sentidos. La fidelidad al sentido transparente de la Palabra divina, lo llevó a ser, en palabras de Cottret, “un gramático de la Revelación”,[32] pues incluso su reflexión estética nunca salió de las fronteras del lenguaje. Es más, agrega que “la originalidad innata de Calvino consiste en su recurso a la gramática para elucidar el sentido de la institución eucarística”.[33]
La perspectiva cultural y literaria ilumina espléndidamente este aspecto de la obra de Calvino, la más insospechada para muchos de sus seguidores:

La aventura de la Reforma es también la aventura de la lengua francesa. La Institución comparte la ilusión de claridad y transparencia que da al misterio su fijeza en el mundo barroco de las apariencias, simbolizado por el espejo. Desde esta perspectiva, Calvino se asoma ya al clasicismo. No significa que haya que reanudar una apologética anticuada, que en virtud de un giro dialéctico situase al protestantismo (minoritario) en el centro de la experiencia (mayoritaria) de los franceses. Pero Calvino, incluso también por el rechazo que provoca en personajes como Bossuet, por ejemplo, participa en la aventura de la lengua francesa, así como en la doble apuesta por la coherencia y la claridad que con Rousseau alcanzaría su culminación.[34]

Calvino, concluye por fin Cottret, no fue un santo que esperase la devoción de todos, ni alguien por el cual haya que optar como en una especie de competencia piadosa sino más bien un reformador guiado por el amor a la literatura y la búsqueda de la herencia bíblica.[35] Su vida fue la “historia de una fe, de la fe de un hombre, historia de un hombre particular. Historia de una esperanza, y también historia de lo que ha sido. […] Para este inquieto personaje, adepto a una predestinación de los elegidos y de los réprobos, todo se convierte a su manera en signo, sacramento o testimonio, incluidas las ambiciones frustradas. ¿Historia de la fe? Historia de la contingencia y de la fugacidad”.[36]


[1] B. Cottret, “Was Calvin a Calvinist?”, texto leído en el Calvin College, Grand Rapids, Michigan, en octubre de 2000, en la presentación de Calvin. A biography, versión en inglés de Calvin. Biographie, en http://cottret2.site.voila.fr. Su título original fue: “Calvin in a few words or a few words about Calvin”.
[2] J. Gomis, Calvino, una vida por la Reforma. Barcelona, Planeta, 1993 (Memoria de la historia).
[3] D. Crouzet, Jean Calvin: Vies parallèles. París, Fayard, 2000. Traducción: Calvino. Versión de Ignacio Hierro. Barcelona, Ariel, 2001 (Biografías).
[4] B. Cottret, Calvin. Biographie, París, Jean Claude Lattès, 1995, reedición: París, Payot & Rivages, 1998. Traducción: Calvino: la fuerza y la fragilidad. Versión de María Teresa Garín Sanz de Bremond. Madrid, Editorial Complutense, 2002.
[5] Cf. el sitio web del H. Henry Meeter Center for Calvin Studies: www.calvin.edu/metter.
[6] Cf. B. Cottret, “Prédication Mulhouse, dimanche de la Réformation” (sermón del Día de la Reforma, 1998), en www.eglise-reformee-mulhouse.org/pred/cottret.htm. En el mismo sitio aparece la conferencia “L'Édit de Nantes ou la victoire de la politique” (El Edicto de Nantes o la victoria de la política): www.eglise-reformee-mulhouse.org/cottret.htm. Véanse los sitios personales de Cottret: http://site.voila.fr/BCOTTRET/ y http://cottret2.site.voila.fr/.
[7] Sobre el último libro, véase: www.yodawork.com/websp/SW2_consult_ref?F_refid=307&F_ent_diff_id=3.
[8] Cf. T. de Beza, The Life of Calvin, en The Comprehensive John Calvin Collection, The Ages Digital Library, Books For The Ages, AGES Software, Albany, Oregon, version 1.0, 1998.
[9] B. Cottret, Calvino: la fuerza y la fragilidad, pp. XI-XII.
[10] Ibid, p. XII.
[11] L. Febvre, “Lápiz de Juan Calvino”, en Au coeur religieux du XVIe siècle. París, SEV-PEN, 1968, cit. por B. Cottret, Calvino: la fuerza..., p. XIV.
[12] B. Cottret, op. cit., p. XV.
[13] Ibid, p. 3.
[14] Ibid, p. 20.
[15] Ibid, p. 31.
[16] M.-M. de la Garanderie, “Le style de G. Budé et ses implications logiques et théologiques”, en L’Humanisme français au debut de la Renaissance. Colloque international de Tours. París, Vrin, 1973, cit. por B. Cottret, op. cit., p. 31.
[17] Ibid, p. 49. Cottret cita a A. Besançon, L’image interdite. Une histoire intellectuelle de l’iconoclasm. París, Fayard, 1984.
[18] J. Calvino, “Prefacio”, Commentaire des psaumes (1557), en Obras completas, vol. 31, cit. por B. Cottret, op. cit., p. 64. Énfasis agregado.
[19] B. Cottret, op. cit., pp. 106-107.
[20] Ibid, p. 107.
[21] Idem, p. 107.
[22] Ibid, pp. 108-109.
[23] Ibid, pp. 164-165.
[24] T. de Beza, L’histoire de la vie et mort de Calvin. [1565], Obras completas, vol. 21, cit. por B. Cottret, op. cit., p. 197.
[25] B. Cottret, op. cit., p. 197.
[26] J. Calvino, Leçons ou commentaries et expositions […], tant sur les Révélations que sur les Lamentations du prophète Jérémie. Lyon, 1565, cit. por B. Cottret, op. cit., p.. 225.
[27] B. Cottret, op. cit., p. 250.

[28] Cit. por B. Cottret, op. cit., p. 276.
[29] Ibid, p. 291.
[30] Ibid, p. 306. La frase de R. Stauffer procede de “Un Calvin méconnu: le prédicateur de Genève”, en Bulletin de la Société de l’Histoire du Protestantisme Français, 123, 1977.
[31] Ibid, p. 311.
[32] Ibid, p. 319.
[33] Idem.
[34] Ibid, p. 322.
[35] Ibid, p. 324.
[36] Ibid, p. 327.

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